El nombramiento de Armando Alberto Benedetti Villaneda en el gobierno de Gustavo Francisco Petro Urrego es un hecho controlado, en el que la izquierda se fragmenta progresivamente ante los ataques selectivos, mientras que políticos indisciplinados de los partidos de oposición, con intereses personales, aceptan la mermelada del Estado. Colombia observa con estupor la convergencia de intereses de dos individuos de dudosa catadura moral, uno de ellos objeto de numerosas investigaciones y el otro con delitos de lesa humanidad por su implicación con el grupo guerrillero M-19. Este entorno de personajes non sanctus sugiere que lo peor de la izquierda en el poder se limita a su mandatario y su despreciable círculo íntimo. La perspectiva de un cambio positivo para la nación está siendo socavado por quienes creían que el progresismo sería la norma. Es lo que afirma el periodista-investigador-coaching digital, Andrés Barrios Rubio, en la columna de opinión en AlPoniente.com que esta semana titulo «Aureliano: «armandito» el cambio» y amplía en el podcast «Panorama Digital».
Para el PhD. Barrios Rubio la decadencia del progresismo está estrechamente ligada a Gustavo Francisco Petro Urrego, y a la falta de autoridad moral que ha demostrado al frente del poder y ahora transferir el liderazgo político a Armando Alberto Benedetti Villaneda. Las repercusiones políticas de los acuerdos que vendieron el alma y los secretos de la campaña han socavado el proyecto de la izquierda colombiana, intensificando la oposición al statu quo en las elecciones de 2026. Es lamentable observar los esfuerzos de los simpatizantes por defender las acciones de una corriente que es comandada por un mitómano ex militante de la guerrilla. Es interesante observar los esfuerzos de los activistas digitales de izquierda por justificar el nombramiento de Armando Alberto Benedetti Villaneda como Ministro del Interior. La realidad es compleja para quienes, por pasión, aún albergan la idea de tener algo mejor con el progresismo socialista en el poder.
Quienes antes afirmaban que el Pacto Histórico marcaría el inicio de una era de dignidad en Colombia, ahora han expresado sus reservas frente al nombramiento de una figura de tan cuestionada reputación como mediador clave entre el Estado y el Legislativo, donde se le confiaría el proceso de aprobación de las reformas. Esto subraya aún más la noción de que el fin justifica los medios en el marco de la agenda del cambio. Su anterior postura de repudio ha sido sustituida ahora por la aprobación a las malquerencias de la política, testimonio de su conformidad ideológica. El enfoque actual del gobierno de operar sin principios claros y en su lugar centrarse en acuerdos «debajo de la mesa» ha dado lugar a una situación que es potencialmente perjudicial para los intereses del país a largo plazo.