Falsedad e hipocresía rodean el comportamiento social de los colombianos, interacción de bases frágiles que torpedea el camino y complejiza la construcción de futuro.

Ingenuidad, rectitud, acatamiento de la norma, lealtad entre otros factores son aplastados por la maldad y estrategia comportamental de, como dijo Iván Lalinde en el Live de Instagram con la Revista 15 Minutos, muchos hijueputas que hay en el camino y de los que todos, a los golpes, se aprenden a defender. Desgaste emocional que desvía la atención, atomiza el panorama y hace sucumbir el rumbo normal de las situaciones en medio de una polarización, fanatismo ideológico en el que la verdad evidente de los hechos se desdibuja en el marco de “la tramparencia” y los cálculos intrigantes de oscuros personajes.

Bochornoso espectáculo que se vio, en la triangulación de intereses, para la conformación de las mesas directivas del Senado y la Cámara de Representantes son el fiel reflejo de la descomposición social del colectivo colombiano. Estamento democrático plagado de incoherencias y doble moral, hierva mala, que corrompe y, en medio de cortinas de humo, no acaba de recabar su falta de credibilidad y desprestigio en el imaginario de la población. Institucionalidad hecha trizas a través de la negligencia de la clase política, actores democráticos carentes de vergüenza y que, con gran desfachatez, se aprovechan de su estatus para deshonrar la representación que le fue conferida por el electorado.

Resquebrajamiento de funciones establecidas constitucional y legalmente, padres de la patria que sin temor pisotean y defraudan la confianza depositada en las urnas el 11 de marzo de 2.018. Órgano parlamentario que, en innumerables debates de control político, señalan al gobierno por el incumplimiento de sus funciones sociales y exigen subsidios para la población vulnerable, pero por debajo de la mesa ocultan sus malquerencias y mezquindad para contribuir con ayudas al pueblo; pasan los días y no se ve la menor intensión de una rebaja salarial, reducción de asesores de las Unidades de Trabajo Legislativo o donaciones, desde su peculio, por parte de los congresistas.

Ambiente, invadido de cizaña, que plantea grandes retos de cara a una cotidianidad postcovid-19: legalizar funcionamiento virtual del Congreso, dar trámite expedito a proyectos de ley para atender la pandemia, reforma a la justicia, atención al sector salud, elección del Defensor del Pueblo y el Procurador, aprobación del presupuesto de la nación para 2.021, reactivación económica y del empleo, ejercer el control político al gobierno colombiano, entre otros. Instante que exige distancia a apetitos de mermelada y pide músculo político para atender la emergencia política, económica, social y corporativa hoy conexa a la imparable corrupción.

Flagelo que propicia un corto circuito en la comunicación de los políticos con los grupos poblacionales,  biósfera gubernamental que ahuyenta con el hedor al que se encuentra ligada. Esfera bicameral de la que pocos esperan algo positivo, pues los resultados de los últimos años evidencian que mientras el país se derrumba, senadores y representantes, hacen hasta lo imposible para proteger los intereses propios y de quienes financiaron sus campañas. Haraganes que desangran el país, hunden iniciativas importantes para la gente, pero satisfacen su apetito ególatra con declaratorias y proyectos como el del carriel, la champeta, la ciudad señora, entre otros; desgaste administrativo en momentos en que se necesitan leyes de peso y trascendencia para la recuperación de Colombia.

Liderazgo maltrecho por icónicos caudillos de partidos que son secundados por marrulleros secuaces que fungen de corderos mansos, pero en el fondo tienen un apetito voraz que es mayor al del lobo feroz. Sagaces y atenidos políticos que pretenden pasar de agache sin presentar iniciativas o propiciar debates de control,  lúgubres sujetos inmiscuidos en alianzas cuestionables e investigados por hechos al margen de la ley. Tramoyeros solapados que tiran la piedra y esconden la mano, calculadores gobernantes que antes que desempeñar su función legislativa de manera proactiva y benéfica para el pueblo colombiano, actos trascendentales como promoción de exoneraciones y exenciones, se concentran en discusiones injuriosas e insulsas o condecoraciones banales.

Grave problema del pueblo colombiano es su memoria cortoplacista, aquella que condena y singulariza en el momento, pero al paso de los días olvida y al llegar a las urnas vuelve a llevar al Congreso actores que plagan de podredumbre el Capitolio Nacional. Decaimiento democrático que aclama devolver dignidad y confianza al voto ciudadano, voz del pueblo que atónita observa cómo se destapa la complicidad y nexos de las figuras políticas con la compra de votos, el flagelo narcoterrorista, la violencia guerrillera y paramilitar, la corrupción sin fin, entre otros hechos que solo revisten de ignominia la labor parlamentaria. Fenómeno de unos pocos que salpica a muchos que se hacen los de la vista gorda y cohonestan con el inadecuado proceder político. 

Dilación ética que raya el limite e impone un reto mayúsculo a la élite política que cuenta con dos años para resarcir la pésima imagen del legislativo colombiano, cleptomanía reforzada con ausentismo, votaciones cuestionadas, omisiones dolorosas que propagan mayores necesidades en la población nacional y excitan la violencia en los rincones más olvidados de la geografía del país. Al margen de nombres puntuales, propuestas de dar pasos al costado o quejas disciplinarias es hora de repensar la doctrina de centro, izquierda o derecha, reflexionar sobre la radicalización filosófica que se materializa en el insulto y difamación en plaza pública, los escenarios digitales y los medios de comunicación. 

Repulsión social por el modelo político nacional llama a despertar la inteligencia y capacidad para reconocer que en las discrepancias y confrontación diarias poco y nada se contribuye a la búsqueda de soluciones y construcción de un futuro promisorio para Colombia. Reorganización de los componentes culturales que apuesta por abrir nuevos espacios de acción para repensar el papel del sujeto y el país en el contorno de una sociedad globalizada, convergencia de ideas, y formas de ver el mundo, que piden refundar las bases comportamentales del estamento democrático y social de los colombianos.

Naturalización y sistematización de acciones que mucho se cuestionan en el argot político, pero a cada instante se replican en la órbita, pública y privada, de cada sector de la economía nacional; micro–mundos del poder industrial que son fiel reflejo del esqueleto gubernamental. Doble faz de apariencias que, desde enemigos ocultos, allanan el camino para satisfacer los intereses y vanidad de unos pocos al tiempo que apabullan las capacidades de otros. Lucha de ideales que concentra la riqueza en manos puntuales y sumen en la pobreza al grueso de la población, cruda representación de la vida de la gente que, en la zona particular e íntima de la persona, se sucumbe en la controversia de ideas.

Macro–política de intereses y premeditaciones, que ahora proliferan, vulneran la consolidación de un proceso republicano, proyecto de conducta atestado de errores y discusión que nubla la aparición de figuras dirigenciales con espíritu para alterar las dinámicas del ejercicio público. Delirios de persecución que atizan el complejo de culpa de los parlamentarios marcan ahora la agenda social y no permiten una identificación conceptual y actitudinal del colectivo, sentido de pertenencia, noción de realidad que, lejos de conjeturas, permita a los colombianos construir nación y resurgir del caos que ahora deja la pandemia. 

WhatsApp Chat WhatsApp