Colombia se adentra en una etapa crucial de su historia política reciente. Con las elecciones presidenciales de 2026 a la vista, el país se apresta a una contienda que no solo determinará quién ocupará la Casa de Nariño, sino que también pondrá a prueba el tipo de liderazgo que logrará superar la crisis de confianza que actualmente atraviesa el sistema político. Las ideologías pierden su definición, los partidos cambian su estructura y las lealtades se negocian como fichas en un tablero de ajedrez, donde cada movimiento se realiza con precisión y cálculo. La izquierda se esfuerza por mantener un proyecto que muestra signos de deterioro interno, mientras que la derecha afila su discurso entre la nostalgia y la renovación. Por su parte, el centro busca una vez más la reinvención para evitar ser relegado a la irrelevancia. El entorno preelectoral se caracteriza por una atmósfera de alta tensión, promesas y estrategias, en un contexto donde la coherencia se considera un lujo y la conveniencia una prioridad. En este escenario, la política colombiana se desarrolla en múltiples frentes: se establecen alianzas inesperadas, se producen deslealtades previas y la nación observa cómo los actores cambian de posición antes de que comience la contienda principal. Es lo que afirma el periodista-investigador-consultor en comunicación y marketing digital, Andrés Barrios Rubio, en la columna de opinión en AlPoniente.com que esta semana tituló «El ajedrez político en Colombia de cara a 2026» y amplía en el podcasts «Panorama Digital».
Para el PhD. Barrios Rubio Colombia inicia un nuevo período de definiciones políticas. A menos de un año del inicio formal de la carrera hacia las elecciones de 2026, el escenario nacional se asemeja a una partida de ajedrez en la que cada movimiento define el equilibrio de poder, los futuros liderazgos y la continuidad o ruptura del proyecto político en el gobierno. Los sectores políticos de izquierda, del centro y de derecha están afinando sus estrategias, evaluando alianzas potenciales y midiendo sus fuerzas en un contexto nacional caracterizado por la polarización, la desconfianza y la exasperación ante la improvisación. El Gobierno de Gustavo Francisco Petro Urrego, eje del actual bloque de izquierda, enfrenta desafíos significativos en este momento. El Pacto Histórico, que inicialmente se comprometió a implementar cambios estructurales, actualmente enfrenta desafíos significativos en la segunda mitad de su mandato, con un evidente desgaste en su unidad y una gestión que ha sido objeto de debate.
Las tensiones internas, la pérdida de gobernabilidad y los escándalos que afectan a su entorno han erosionado la credibilidad del proyecto. Sin embargo, sería imprudente subestimar su relevancia. Su presidente cuenta con un respaldo social leal y un discurso ideológico que, aunque atenuado, conserva capacidad de movilización. Por lo tanto, su estrategia para 2026 no se centra tanto en su continuidad personal como en la preservación de su legado político a través de un sucesor que mantenga viva su narrativa. En consecuencia, la izquierda se enfrenta a un dilema: elegir entre el pragmatismo y el dogmatismo. Mientras que algunos sectores del Pacto Histórico buscan ampliar su base hacia corrientes moderadas y movimientos sociales, otros insisten en profundizar la confrontación y polarizar aún más al país.