A lo largo de la historia Colombia ha estado entre los extremos políticos, primero fue la confrontación de bolivarianos y santanderistas, años más tarde, fue la disputa entre liberales y conservadores, ahora es la ideología de izquierda y derecha, extremos polarizadores con un factor común: la sed de poder y la mezquindad de hacer lo que sea por lograr la victoria en las urnas. Grito social que ha estallado en el colectivo colombiano y sale a las calles debe materializar un cambio en la forma de concebir la nación, violencia llevada al extremo es el pobre argumento de fuerzas que solo saben hacer uso del vandalismo para lograr su propósito desde la intimidación y el miedo que infunde las armas tal y como lo hicieron cuando protagonizaron el conflicto más antiguo del continente suramericano, es lo que afirma el periodista-investigador-coaching digital, Andrés Barrios Rubio en la columna de opinión en Pulzo.com que esta semana tituló «El tiempo pasa, pero nada cambia» y amplía en el Podcast «Panorama Digital».

Para el PhD. Barrios Rubio se conmemoró un año del Paro Nacional, se cumplen 2 años y 5 meses del inconformismo social llevado a las calles, y… ¡todo sigue igual o peor! Incongruencia de la clase política atiza los ánimos ciudadanos, incrementa la polarización entre los extremos ideológicos, y excita la ignorancia de las capas jóvenes de la población, y las masas populares, que desde las vías de hecho constituyen el vandalismo en su único argumento para exigir el cambio que tanto necesita Colombia. Multiplicidad de informaciones falsas, verdades a medias, que giran alrededor de las campañas presidenciales y circula por los escenarios sociales -cadenas de WhatsApp, mensajes de Twitter, tendencias en Facebook o viralización audiovisual de TikTok-, promueve la violencia y agresividad que incita al desorden.

Complejo es creer que la transformación está en manos de unos sujetos que dicen tener un pacto por Colombia, pero en los cuadros de dirección y representación de su movimiento se encuentran nombres conexos al trasfuguismo, la corrupción y acciones que tanto se condenan en el escenario nacional. Infiltración permanente en las marchas, con el costo que ello implicó para la seguridad de los manifestantes y los integrantes de las fuerzas del orden, solo sirvió para estimular la destrucción de bienes públicos o privados, atropellar la paz, del grueso de la población colombiana, violentando las zonas residenciales, los locales comerciales y el transporte público, pero en nada contribuyó a la posibilidad de expresarse con tranquilidad y construir en conjunto una solución al difícil momento que atraviesa el país.

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